martes, 22 de abril de 2008

Los Cortos del Maestro...


El maestro intentó cruzar el sendero de los estilos nue- vamente. Y aquí, lo podemos encontrar creando sus dramas en narraciones muy cortas. Este estilo esta bautizado por él, claro -como todos los demás donde ha experimentado- como "Drama Melosintético".No me pregunten el origen de este nombre... si tiene una explicación, nunca me interesó averiguarla. Aquí les mostraré tres lindos ejemplos de su técnica.

(1)

Estaba cansado de esperar. Ella no aparecía por nada. Miraba esa puerta como hipnotizado. Sus manos no dejaban de moverse. Los dedos se entrelazaban en un sin fin de juegos, movimientos casi sexuales. Hacia tiempo que esperaba. Mucho tiempo. Nunca se pudo olvidar de ella. Estaba cansado, pero su perseverancia se ligaba a un sentimiento casi esperanzador. Él estaba seguro que volvería a verla. Aunque pase el tiempo arrollador por su cabeza. Por su cuerpo. Por su vida... llegó el momento. Se dice que volvió a verla. Se dice que el que no arriesga nada, no gana nada. Él arriesgó todo. Terminó con todo. Y ahora, posiblemente, sea feliz.

(2)

Era un terreno enorme. Un campo de hierbas de horizonte a horizonte. Ella se perdió hace una semana. Es difícil imaginar perderse allí. No hay paredes. Los desniveles son muy pocos. Vegetación, muy baja. Si alguien caminara durante horas en línea recta, podría girar y ver a sus espaldas el punto de partida. Yo estuve con ella hace tiempo. No podría decir el tiempo exacto. Pero ella mencionó que se marcharía. Juro que ella partió. Pretendía dejarme solo. Y se fue. Si ustedes no han podido encontrarla, es un problema de ustedes. Yo vi cuando se marchó... se marchó. Pretendía dejarme solo. Ella se fue. Esta bien... la ayudé. Ahora nunca podrá volver.

(3)

Pobre hombre. Se ha quedado solo. Para nosotros que veíamos todo desde afuera, era evidente. Pobre. No puedo imaginar el interior de un hogar con la carga de una ausencia primordial. Debe ser lo mas duro que puede sucederle a alguien. En poco tiempo, esa casa va a estar sola. Y ya el olvido se hará cargo de limpiar de sentimientos sus paredes. El juicio empieza mañana. Seguramente una dura sentencia le espera. El asesinato es muy evidente. Aunque claro, algunas cosas no concuerden. Pero los que lo miramos de afuera, veíamos venir este desenlace. No dudé en denunciarlo. Seguramente él planeo matarla. Ahora deberá pagar. Es duro. Muy duro. Yo, desde aquí, seguiré el transcurso de lo que venga. No por mucho tiempo, claro. Ya imagino lo que pueda suceder...

martes, 5 de febrero de 2008

Un camino y tres puertas...


Encontrar su propio estilo e idioma, fue para el maestro, la meta de su vida artística. Para algunos, una meta que jamás consiguió. Para otros, Ediberto jamás escribió algo bueno. Pero para los que leímos mucho material del maestro, nos resulta entretenido el inmenso arco iris de estilos por los que su pluma ha pasado.

Explorando entre lo inmenso del material de Mouri, encontré las siguientes curiosidades: tres cuentos temáticos, escritos por alumnos del maestro (y corregidos por él, claro), que muestran la búsqueda constante de un estilo, aunque sea a manera de ejercicio.

En su libreta de temas de enseñanza, Mouri detalla a este ejercicio como “Estilo forzado y sin pausas”, y consistía en escribir varias narraciones, con la misma introducción, pero con desenlaces totalmente distintos. El maestro escribía los primeros versos y sus discípulos hacían el resto.... solo que utilizando el sistema de Mouri (que mas tarde nos dimos cuenta que no era su sistema...), un relato lleno de detalles, atrapante y como regla fundamental, no debía existir el “punto aparte”. Esto tenia como intención, que el lector comenzara a leer y no pudiera detenerse hasta el final....

Bueno, los alumnos del maestro crearon lo siguiente...

Sangre

En esa habitación completamente destruida, fue que encontré a esa mujer, desnuda, acostada boca abajo en esa diminuta cama de metal color bronce. La puerta estaba abierta. De haber estado cerrada dudo que mi cobardía hubiera dejado que mi intención actúe. Entré. Su pelo era lacio. Y cubría la mitad de su espalda. No parecía una mujer alta. Se veía bastante mayor y robusta, pero con un cuerpo aceptablemente atractivo. Parecía dormir. Pero si no hubiese sentido ese disparo hacia apenas unos minutos, directamente no estaría allí en ese momento, sospechando su muerte. Nunca sentí otro ruido. Nunca vi a nadie que escapara o que tal vez pudiera ser sospechoso. No crucé absolutamente a nadie. Estábamos ahí, solos. Rodeo la cama. Sin dejar de mirarla. Del lado de la pared, entre la cama y un mueble, alcanzo a ver un arma que se escondía entre las sabanas tiradas en el piso. De ese lado, la mujer dejaba caer su brazo. Me avergüenza sacar conclusiones, no soy detective, no soy investigador ni periodista, pero puedo jurar que esa escena era la de un suicidio. Pero existía un detalle que arrojaba lejos a mi teoría: no habia ningun rastro de sagre, por ninguna parte. Me canse de dar vueltas por el interior de aquella habitación, pero no había ninguna mancha roja allí. Salí de ahí con la intención de llamar a la policía, pero algo en mi interior me dijo que esa imagen que había en aquella habitación no concordaba con mi idea. Desande mis pasos, y entre nuevamente. No había alcanzado a salir del departamento. Aunque el mío se encontraba a pocos metros, no llegue a él sin que mi cabeza me cuestionara. La toque. Tuve que tocarla. Estaba tibia. Era obvio. Me llene de valor. La tome de los pelos y levante su cabeza de la almohada. Su cara estaba intacta. Sin heridas. Sin muestras de sufrimiento. Solo estaba un poco morada. Apenas. La agarre del brazo izquierdo y la posicioné boca arriba. Sus enormes pechos, todavía flácidos, mostraron la inercia de la acción. Era bella. Un ruido me distrajo de aquella visión. Mire al piso. Un casquillo. El casquillo de la bala que dio muerte a esa mujer estaba allí. Pero... donde esta el orificio de entrada? No lo veía por ningún lado. Era obvio que esa bala la había matado, no había mas rastros de disparos y yo solo había escuchado uno. Escucho los gritos que venían de afuera. Y traté de salir. Pero la policía me interceptó y me forzó a quedarme quieto. Era el sospechoso. Claro. Agarran el arma. Con el cañón tapado. El arma nunca disparo esa bala. Seguramente el susto la mato.

Muerta

En esa habitación completamente destruida, fue que encontré a esa mujer, desnuda, acostada boca abajo en esa diminuta cama de metal color bronce. La puerta estaba abierta. De haber estado cerrada dudo que mi cobardía hubiera dejado que mi intención actúe. Entré. Su pelo era lacio. Y cubría la mitad de su espalda. No parecía una mujer alta. Se veía bastante mayor y robusta, pero con un cuerpo aceptablemente atractivo. Parecía dormir. Pero de un momento a otro, su cabeza se levanto y me observó. Sonrió. Era bella. Y sus ojos me invitaban a acercarme. Se enderezó en la cama sin decir nada. Sus enormes pechos, todavía flácidos, mostraron la inercia de la acción. Ella se dio cuenta donde mis ojos descansaban. Y me regaló una risa casi burlona. Tenia miedo. Yo tenia miedo. Ella me esperaba. Era mi turno. Mis amigos me esperaban afuera. Aquella ramera me iba a mostrar las cosas que hasta ese momento solo me imaginaba. Me senté en la cama. Ella volvió a acostarse boca abajo. Me ponía a prueba. Parecía burlarse todo el tiempo de mi. Notaba mi miedo. Yo hacia notar mucho mi miedo. Ya estaba desnudo. En la cama. Con esa mujer de fama limitada. Quise demostrar de una manera tonta que no tenia miedo. Eso era imposible. Me llene de valor. La tome de los pelos y levante su cabeza de la almohada. Su cara estaba intacta. Me di cuenta que era mas joven de lo que parecía. Su cuerpo había vivido mas momentos que su cara. De un movimiento rápido, ella se puso debajo mío. O mejor dicho. Ella me puso arriba suyo. Cerró los ojos. Y acomodo con sus manos los actores de la obra que debía comenzar. Después abrió sus brazos, y los levanto a la altura de su cabeza. Su expresión cambió. Y su cara era ahora como de descanso. Parecía dormir. Yo empecé a moverme. Mucho. Me parecía que estaba exagerado. Hablo de mi, claro. Ella no hacia nada. Ningún movimiento. Ninguna acción. Y ningún gesto. Parecía muerta. Me detuve. Ella abrió los ojos y me miro. Yo observe sus ojos negros. Y ella lanzó una inmensa carcajada. Me levante muy rápido. Agarre mis ropas. Y salí de allí. Ella seguía riendo. La podía escuchar mientras escapaba. Se estaba burlando de mi. Jamás la volví a ver. Jamás volví a ese lugar.

Ramera

En esa habitación completamente destruida, fue que encontré a esa mujer, desnuda, acostada boca abajo en esa diminuta cama de metal color bronce. La puerta estaba abierta. De haber estado cerrada dudo que mi cobardía hubiera dejado que mi intención actúe. Entré. Su pelo era lacio. Y cubría la mitad de su espalda. No parecía una mujer alta. Se veía bastante mayor y robusta, pero con un cuerpo aceptablemente atractivo. Parecía dormir. Pero estaba muerta. La cama bañada en sangre. Pero curiosamente su cuerpo no. Los que estábamos ahí adentro, el jefe de operativos y yo, empezamos a anotar todo lo que veíamos. Aunque ya esperábamos este desenlace. La llamada al destacamento anunciaba una muerte. Una futura muerte. Y esa llamada había sido de esa mujer. Estábamos seguros. El suicidio había sido apenas minutos atrás. Pero la alerta no era esa. Es mas, la intención de esa mujer no era matarse. Si no, matar a la mujer que en ese momento estaba con su esposo. Los vecinos hablan. Siempre hablan. Saben diez, pero siempre dicen cien. Hay que saberlos interpretar. Y sacar lo bueno e interesante de sus palabras. O de sus chismes, dicho de una manera mas sincera. Revise sus ropas. Encontré documentación. Me di cuenta que era mas joven de lo que parecía. Su cuerpo había vivido mas momentos que su cara. Eso me apenó más. Ya la escena era triste. Y su historia digna de un escritor barato. El casquillo de la bala que dio muerte a esa mujer estaba allí. Pero su rumbo cambio por decisión de ella. Los vecinos decían, que su marido se encontraba por las noches con su hermana menor. Ella se ausentaba por la tarde y volvía de madrugada. Era una ramera, y sus horarios eras esos. Sospechaba algo. Nunca se imagino que en algún momento iba a sentir ganas de matar a su pequeña hermana. No quiso sentir esas ganas. No quiso sentir, nunca más.



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viernes, 14 de diciembre de 2007

Una vieja amistad del Maestro...


El Maestro Ediberto Mouri no se cansa de hablar de sus amigos mas cercanos en los escritos encontrados. Es mas, muchos de ellos figuran como personajes en algunos de sus cuentos.
Entre todas las amistades que el Maestro tuvo, hubo una que lo acompaño durante gran parte de su vida. A este amigo -Simón Escobedo- Mouri le dedicó la siguiente narración. Como de costumbre, no sabemos si en realidad la vida de Simón fue así...
pero si lo fue... pobre...

El muchacho de la mala buena

Simón Escobedo era un tipo con mala suerte. No por haber sufrido desgracias. Su vida era tan común como la de cualquiera. Él tenía mala suerte en cosas muy banales. Cosas cotidianas, de todos los días y no podía despegarse de esa mala buena con nada.

Tampoco era yeta, no. Los seres que lo rodeaban no sufrían penas por su culpa. Ni nadie lo evitaba, es mas, Simón era un tipo simpático y con carisma, y hasta se podría decir que era ganador, pero era esa maldita suerte la que lo hacia renegar. Muchas veces se lo ha escuchado maldecir por algo que le sucedió, sin que nadie lo notara. Pero él bien sabia que su suerte lo acompañaba a donde él iba. Lo más común era perder el colectivo veinte metros antes de llegar a la esquina, por ejemplo. Sea la hora que sea, y sea el lugar donde se encontrase, el siempre perdía el colectivo segundos antes de poder verlo.

Otra cosa muy común para él era pisar baldosas flojas. Ustedes pensaran que esto es bastante normal y azaroso para cualquiera, pero Simón pisaba un promedio de tres baldosas flojas por cuadra. Camine por donde camine esto era así. Si una cuadra tenia cinco baldosas flojas, Simón pisaba tres seguro.

Los días de lluvia eran su motivo principal para maldecir. No solo por las baldosas, que en esas situaciones eran más peligrosas que de costumbre, sino porque odiaba mojarse. Detestaba que la lluvia lo sorprendiera, pero... esto sucedía siempre. Era fanático de los paraguas, pilotos, impermeables y todos los implementos anti-lluvia que pudieran existir. Pero nada de esto servía. Como podrán adivinar, se la pasaba extraviando paraguas y olvidando sus armas contra la lluvia en todo lugar. Nunca vi a nadie renegar tanto un día de lluvia. Si caminaba ligero, las baldosas lo llenaban de barro. Si se acercaba a la calle, seguro un vehículo pisaba un charco y lo terminaba de enchastrar...

Comprarse ropa? Ni hablar! No podía mirar vidrieras. Desde que se dio cuenta de su suerte que no lo hace. Solo para no hacerse mala sangre. Si él veía alguna prenda que le gustase, tenia que comprarla en el acto... obvio, si conseguía talle y color. Si dejaba pasar un solo día, la prenda seguramente se agotaba o su precio era aumentado al doble.

Y podríamos seguir enumerando los obstáculos que su suerte le ofrecía... los excrementos de los perros en el piso... los de las aves desde el aire... los chicles en los asientos... la pintura fresca en los bancos de la plaza... entre otros.

Pero, a pesar de todo esto, Simón tenia bastante suerte con las mujeres. Era un tipo grande, con experiencia, y con mucha labia para hablar. Esto hizo que un día Alicia, una compañera de trabajo, aceptara una invitación suya.

Alicia trabajaba en un sector no tan cercano al de Simón, o sea que su conocimiento sobre él era mínimo, solo el que se obtiene al cruzarse algunas veces por día. Es por eso que no estaba al tanto de sus enojos por culpa de su suerte, como sus compañeros más cercanos.

El momento de la cita llegó, y Simón empezaba con sus preparativos. Por supuesto, no quería dejar escapar ningún detalle. Trató de pensar en todo.

Simón era de vestirse formal, no un formal ejecutivo, pero si le gustaba lucir trajes sencillos y cómodos, o en su defecto, partía hacia el lado informal con un saco sport, por ejemplo. Esa noche, la del encuentro con Alicia, se vistió con un bonito traje color café, camisa blanca y sin corbata, para dar un toque distinto, puesto que al trabajo siempre iba de corbata. Esta elegancia caía un poco con el bolso que iba a cargar al salir. El sabia que no entonaba con su personalidad, pero era muy necesario. En ese bolso llevaba el paraguas, el impermeable y las botas de caucho, entre otras cosas, que solo era una parte de su arsenal contra la lluvia y su suerte.

La noche estaba fresca, pero con un cielo que dejaba ver todas las estrellas. Este detalle era mínimo para Simón, nada haría que no cargara con su bolso.

A las nueve y treinta, en ese bar de una esquina del centro, tenia lugar la cita. Simón no tenia auto, así que teniendo en cuenta que media hora le costaría el viaje, emprendió su salida a las ocho. No quería que nada salga mal. Se miro por ultima vez en el espejo, acomodo un mechón caprichoso de su frente, agarro su bolso y salió de su casa. En la esquina paraba el colectivo de la línea sesenta, que lo acercaría. Se dirigió hacia ella, mientras metía la mano en un bolsillo en busca de monedas. Obviamente, su bolsillo estaba agujereado y por supuesto vacío. Así que rápidamente sacó un pequeño monedero de su bolso, y retiro la moneda que pagaría su pasaje. Una vez en la esquina se dispuso a esperar su viaje, mientras veía como un colectivo sesenta se alejaba de él.

Por fin emprendió viaje. El colectivo estaba completo, así que Simón permaneció parado delante de la fila de asientos de dos. Pero solo durante quince minutos: una señora bajó en la primer avenida. En el momento en que Simón se sentaba, notó extrañado como el chofer renegaba con su palanca de cambios, tanto que hasta detuvo el vehículo en la siguiente esquina... e hizo bajar al pasaje para esperar el colectivo que seguía. Simón bajo casi ultimo y ni se inmuto cuando se dio cuenta que un nuevo colectivo se le escapaba llevando a la mayoría de los pasajeros que lo habían acompañado en el anterior. Tuvo que esperar el siguiente. No tardó en llegar, y hasta se sintió con suerte de estar arriba cuando empezó a llover. En ese momento, tuvo la sensación de que la fortuna estaba de su lado esa noche.

Se paró de su asiento, se cubrió con su impermeable, y cuando bajó los tres escalones del móvil abrió su paraguas. El restaurante, que era el punto de encuentro, quedaba solo a una cuadra. Camino veinte metros cuando dejó de llover, y él ya divisaba a Alicia, que en la otra esquina bajaba de un taxi. Se apresuró por llegar. Dos metros antes del toldo de entrada, Simón piso su tercer baldosa floja desde que bajo del colectivo, así que cambio las botas de hule que traía puestas por sus zapatos de charol, que lo habían estado esperando en el bolso.

Cuando Alicia divisó a Simón en la entrada, ofreció una sonrisa sincera y de alegría por verlo. Se acercó, lo saludo con un beso en la mejilla y juntos se dirigieron hasta donde se encontraba el recepcionista.

-Buenas noches... a pesar de la lluvia...- se adelanto el empleado con tono simpático, saludando a la bonita pareja entraba al comedor. –han reservado mesa..?

-Si señor... mesa para dos, a nombre de “Simón Escobedo...”

-mmm... Según leo... espéreme un instante por favor... No, tengo que informarle señor que aquí no se registra ninguna reserva con ese nombre...

Alicia miro a los ojos a Simón, como perpleja. Parecía no poder creer que se le escape tan preciso detalle. Pero Simón nunca perdió la calma, y eso era lo que más dudas hacían surgir al gesto de Alicia.

-...Perdón, fíjese bien... Tal vez la reserva la hice a nombre de “Alicia Pérez” o quizás también... como “Señorita Alicia...”

-A ver... Sí, aquí esta! Efectivamente la reserva de una mesa para dos estaba a nombre de “Señorita Alicia...”, adelante por favor... por acá...

La dama volvió a sentirse tan cómoda como antes, y hasta se sintió segura de tener a su lado a un hombre como Simón... claro, lo que ni en sueños suponía, era que Simón había realizado mas de cuatro reservas... eso sí, él estaba plenamente seguro de que alguna figuraría en el libro...

Los comensales ya estaban en la mesa. El garzón no tardó en traerles la cartilla del menú, para que puedan deliberar su pedido.

Después de unos minutos, en los que ambos ojearon los manjares que ese libro ofrecía, Simón en otra de sus aparentes formas de cortesía, le habló a Alicia:

-Alicia... dime lo que quieres cenar esta noche...-ella se sintió un poco incomoda ante tal pedido. Claro, él la ponía en la responsabilidad de elegir algo bueno y que no fuera una sorpresa para el bolsillo de Simón...

-La verdad que no se que pedir Simón... Tu que deseas comer?-Alicia en una plena demostración de astucia, tiro su responsabilidad a las manos de Simón...

-Alicia... yo soy el que invita. Y quiero que elijas lo que deseas comer, no te preocupes por los costos, acuérdate que yo soy el caballero aquí... Solo dime que quieres cenar-

Ella una vez mas se sintió cautivada por la caballerosidad de Simón. No pudo contra eso. Ahora, tras el pedido tan respetuoso de su anfitrión, hizo el esfuerzo...

-Esta bien, lo haré... a ver...-ojeó nuevamente las hojas de aquel fascículo, y se decidió.

–Me tienta mucho este Salmón Grillado... que opinas?-

-Me parece una excelente elección Alicia... Garzón!!- Simón atrapó la atención del sirviente con su grito. Y ante la mirada de Alicia le dijo:

-Garzón... dígame una cosa, que tal está la Centolla...?-

Alicia ya se sentía completamente perdida. No podía ni siquiera suponer nada. Si era victima de una broma de Simón, o si había aceptado una cita con un psicópata que además tenia un pésimo sentido del humor... no sabia que pensar... Su cara lo decía todo.

Sin palabras, Alicia contemplo esa pequeña conversación entre Simón y el sirviente.

-No señor... me va a tener que disculpar, pero esta semana no entro nada de Centolla...-

-Que pena... entiendo... Y Mejillones?

-Parece que no es su día señor... también me va a tener que disculpar...-

-mmm... me esta haciendo pensar demasiado... Langosta?-

-oh... el Chef que las prepara esta enfermo y no esta en este momento... ya me siento avergonzado señor, quiere que le recomiende algo?-

-No, no se preocupe. Gracias igual. Me conformaré con un Salmón Grillado, esta bien?-

-A la orden señor, estará en la mesa en veinte minutos... sepan disculpar...-

-No hay problema, hasta luego...-

Alicia era la única espectadora de aquel sketch, que parecía escrito por un guionista con serios trastornos de la mente...

Se quedó sin palabras y con el mismo gesto en su cara durante varios minutos. Y su cabeza, totalmente en blanco.

-No me mires así Alicia, y tampoco es necesario que me digas nada. Se lo que en este momento esta pasando por tu cabeza, pero no te preocupes. Te prometo que en poco tiempo te darás cuenta de la necesidad de estas cosas...-

Ella hizo caso a esto. No tenia otra alternativa. Lo dejó en sus manos y trato de apartar estas cosas raras que su mente cuestionaba.

Su personalidad y el carisma de Simón, pudieron perderle rastro a esas “raras” escenas. La cena continuo como si nada hubiese pasado. Y claro, se divirtieron mucho.

Al salir del lugar, Simón abrazo a Alicia. Ella se sorprendió, pero no hizo nada para resistir esa acción. Se sintió cómoda y contenta por aquel gesto. Simón, la abrazó para cubrirla con su paraguas, que en ese momento había tenido la precaución de abrir. A penas abandonaron la protección del toldo del Restaurante, comenzó a llover...

Alicia se sorprendió por enésima vez... pero en esta, su cabeza actuó distinto: llegó a suponer que Simón era alguien mas especial de lo que ella creía. Y de hecho lo era. Solo que no de la manera que Alicia pensaba.

Gracias a ella, Simón pudo contra su mala suerte. No la venció, obvio. Es mas, la guerra es constante.

Se puede decir... que le encontró un punto débil a su suerte...

Ahora ya es natural para él saltar en una esquina, aunque este de espaldas al auto que salpica agua de calle... o caminar por el cordón de la vereda para no pisar baldosas flojas... o salir con abrigo aunque las temperaturas sean caribeñas...

Todo esto no hizo mas que enamorar mas a Alicia. De hecho fueron muy felices juntos.

Y ella, no se cansa de observar como su hombre es capas de prever cualquier catástrofe...

Y dejarse proteger, claro.



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martes, 11 de diciembre de 2007

...de dramas y clases de literatura...


El maestro Ediberto, entre sus múltiples oficios, se desempeño largo tiempo a dar clases particu- lares de literatura.

Su docencia en esta área le permitió cosechar muchos seguidores, que por jóvenes y esperanzados, ansiaban llegar a ser grandes escritores.

Entre todo el material recopilado de Mouri, se encontraron algunos relatos de carácter dramático, que seguramente pertenecieron a sus “discípulos” de cuentistas...

En los documentos originales se puede apreciar la escritura manuscrita de una persona –supuestamente su autor, un alumno- y remarcado, con la letra de nuestro maestro, las correcciones del mismísimo Mouri.

A continuación se podrá apreciar a dos de estos escritos, donde se podrá leer la cuña original de sus autores y las correcciones, del maestro Mouri.

Relato 1

Él era un hombre muy afortunado. Lamentablemente, su mente se la pasaba administrando depresivas palabras y recuerdos no gratos, que a su vez generaban nuevos malos momentos.

Solía recordar su niñez, (cuando ignorante de los acontecimientos) lo feliz que se sentía estar desinformado y desconectado del mundo. Recordaba con gran nitidez las imágenes, como reproducidas en una película, e interpretaba cada palabra que en ese momento, por su corta edad no comprendía.

Tenia una gran memoria. Tanta que llegaba a molestarle.

Explicaba de forma casi poética sus regresiones:”...de niños tenemos la capacidad de no ver la maldad, es como un filtro que nos protege en nuestra etapa de maduración...”. Cuando él decía este tipo de cosas daba a entender, entre líneas, que a medida que el cuerpo crece, el alma desaparece. Lo se porque él me lo dijo.

Cuando me enteré de su muerte me sorprendí, luego pensé, y me di cuenta que todos los que lo conocíamos sabíamos que esto iba a suceder. Nos castigamos pensando en que hubiese sido positivo ayudarlo, pero para cualquier persona es difícil ayudar a alguien que no grita.

Él nos informó de su enfermedad de manera sorpresiva, dijo que solo tenia tres años para vivir. Aunque su precisión y seguridad, así como su tranquilidad, nos pareció sospechosa, tomamos su palabra como verdadera. Sin efectuar pregunta alguna, dejamos que el tiempo cierre nuestras dudas.

Tres años, dijo. (el tiempo fue verdugo, obediente de su predicción) Y exactos tres años fueron los que pasaron desde aquella triste reunión. Fue como una lección para todos. Cada recuerdo de sus actos y palabras parecen una lección. Hasta el terrible acto de matar a su pareja parecería una horrible lección.

Tomo una errada decisión, no hay duda, pero ella lo lastimó demasiado. Él puso en ella su esperanza de vivir. Ella logró ponerle fin a los recuerdos que rondaban en su cabeza. Todo al principio parecía color de rosa, pero al poco tiempo todo eso iba a cambiar.

Tres años atrás descubrió que ella lo engañaba con un allegado a su persona, y temió al pensar que no la recuperaría.

“...solo mi mente y mis recuerdos me ayudan y me lastiman en este letargo en vida...” es una de las frases que recuerdo de uno de sus poemas de sufrimiento.

Se propuso reconquistarla y se impuso un limite de dolor. Cuando me enteré del suicidio me sorprendí, luego al enterarme de la verdad, comprendí todo.

Era un tipo afortunado. Hasta que la conoció. Tres años, dijo…

A veces, es difícil ayudar a alguien que no grita...




Escalones

Después de mirar su rostro ensangrentado en un vidrio roto, se dejo caer apoyando el arma en el suelo húmedo.

La desgracia ya había ocurrido. Se escuchaban gritos de pánico en el lugar, creando un clima verdaderamente insoportable para una persona que podía oír demasiado.

Fue inevitable para él recordar la tranquilidad de su ignorancia (cuando ignorante de los acontecimientos) antes que todo esto ocurriera.

Es verdad que el arrepentimiento sirve para reconocer errores, pero nadie puede negar que es un sentimiento muy cercano a un castigo.

Arrepentirse de matar a una persona es algo que a muchos nos resulta difícil imaginar. Pero el no se arrepintió. Estoy seguro. Tenia la certeza de que había disparado para proteger a otra vida.

Ese día estaba intranquilo. Eran las cuatro de la tarde, cuando de una feroz patada abrió la puerta de su casa dejando pasar a la persona que arruinó su vida. Embebido en alcohol y pasado de pastillas, lo primero que hizo fue buscar a la mujer que supuestamente lo había engañado.

Nadie puede decir o suponer ahora si fue verdaderamente por consecuencia de sus excesos, o por un simple mandato de sus sentimientos.

El caso fue que ella estaba sufriendo. (el tiempo fue verdugo, obediente de su predicción) Viva, pero bañada en lagrimas. Amada, pero desprotegida.

Yo estoy seguro que ella ya no lo amaba. Ella me amaba a mi. Pero yo no la pude proteger. Ni siquiera en ese momento en el que él nos encontró. No había indicios claros, pero si muchos nudos impacientes y difíciles de desatar.

Como quien narra un mal cuento, armó su propio cuento dramático. Rebasado de furia y otros excesos llegó hasta el lugar donde nosotros fundamentábamos su desenlace fatal. Destrozando todo lo que allí nos rodeaba y con un arma que desnudaba de su bolsillo me disparo certeramente. Su mala historia no estaba tan lejos de la realidad. Yo amaba a su mujer. Y él además de lastimarla la desprotegia. De la misma manera, yo no pude protegerla en ese momento. La herida me había dejado inmóvil. Fue este el detonante de otra locura: el me creyó muerto. La desesperación y la certeza de haber matado a su propio hermano lo cegaron por completo. Estiro su brazo armado y amenazante hacia el rostro de ella. No pudo hacerlo. Y se quebró en un llanto insoportable.

El se mató para protegerla. Tal vez fue la única vez que lo hizo. Y la única vez que yo no pude hacerlo.



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miércoles, 28 de noviembre de 2007

Las anecdotas...


Entre las innumerables narraciones del maestro Ediberto Mouri, podemos hallar una suerte de diario intimo, desglosado y fraccionado en una serie de cuentos anecdóticos.
Esto es muy curioso. Como todo, en la Obra de Mouri, nadie sabe cual de todas las historias fue real o no.
Los mas arriesgados son, justamente, los que menos aprecio le tuvieron a este "Pseudointelectual..." y comentan que Mouri tuvo tan pocas vivencias como coherencias para la escritura...
Si lo pensamos bien, esto no parecería ser tan desacertado... pero no lo pensemos.
La siguiente, es una de sus anécdotas mas recordadas (solo por su cuñado).

La habitación vecina

La luz se empezó a ver por debajo de la puerta. En ese momento, dejé de estar acostado para sentarme en la cama, y note que el miedo se había apoderado de mis piernas. Mis manos tenían un ligero temblor que no me dejaba encender la luz. Tras un brusco y tonto movimiento, la vieja lámpara de porcelana cayó al suelo transformándose en diminutos pedazos. El estallido me aturdió demasiado. Miré enseguida hacia el umbral de aquella puerta. Noté movimiento en la luz, como si fuera la sombra de alguien caminando allí adentro. De un momento a otro, la luz se apagó.

Una rara sensación se concentraba en mi abdomen, y mi boca se secaba con cada expiración. Sin obedecer a mi temor, me encontré con la puerta pegada a mi cara, y observando a través de su cerradura. Obviamente, la oscuridad era dueña de todo lo que acontecía en la habitación vecina. Pero una ventana, su cortina y el viento, regalaban pequeños latigazos de una pobre luz de luna. El resplandor delataba inquitud, aparentemente cerca de la cama. Enseguida, la figura empezó a moverse por toda la habitación, como si transportara algo de un lugar a otro. Aquella sombra misteriosa dejo ver claramente una figura alta y robusta. De repente, todo el movimiento contemplado en esa habitación cesó. No pude captar nada mas que quietud en la penumbra. Hasta que un pequeño brillo se hizo presente, sorprendiéndome al principio, y asustándome luego, con su raro crecimiento. En un parpadeo, ese insignificante brillo aumentó su luz, al extremo de casi enceguecerme. Tal fenómeno provocó que alejara mi cara de la puerta, luego trastabillé y caí sentado.

Estaba atontado. Y hasta puedo decir que mareado también. Todo ese ir y venir, había destrozado mi sentido de la orientación. Desde allí, sentado en el piso, escuché un raro chillido. Parecía el freno apresurado de un vehículo. Sonido que llamó mucho mi atención, pues no era común en ese lugar. Mis nervios ya eran dueños de mi atención. Volví a subirme a la cama, sin dejar de estar expectante a nuevos sonidos que iban apareciendo. El viento oportunamente, parecía burlarse de mi. Sus ruidos no eran los de costumbre. O tal vez ya todo me era desconocido.

De un momento a otro, el silencio y mi tranquilidad volvieron de la mano. Eso me ofreció valor. Y no pude evitar dirigirme hacia la ventana para tratar de matar mis dudas. La serenidad de la noche me calmó mas aún. Intentando liberar mi mente, comencé a contemplar un charco ubicado al final del parque. Su agua inquieta por el viento, me ofrecía una imagen distorsionada del frente de la casa. La espesa arboleda dificultaba mas la visión. Pero a pesar de esos obstáculos, podía divisar la figura que describía con el viento, la cortina de la ventana vecina. Esa imagen me entretuvo un momento. Hasta que de pronto me alarmó: ninguna ventana de la casa permanecía abierta de noche. y mucho menos aquella ventana, pues nadie pernoctaba allí.

La inquietud que me generaba pensar que alguien había estado allí, me atemorizaba. Me acerqué nuevamente hacia la puerta, con la intención de espiar por su cerradura otra vez, pero un tremendo estruendo me paralizó. Parecía el sonido de un jarrón de cerámica al romperse. Esa situación se hacia mas inexplicable cada vez. Y ya mi miedo me avergonzaba.

La luz de un relámpago me ilumino el rostro por un instante. Comenzó a llover. Y los sonidos fueron devorados por el agua. Mire mis manos pálidas mientras me acostaba en la cama nuevamente. Me cubrí hasta la cabeza con las sabanas. Cerré los ojos... y dormí...

El amanecer me reunió con mis padres en el desayuno. El sol parecía ignorante de la tormenta pasajera en la noche.

Es increíble, pero nunca pude pasar una noche tranquilo en casa de mis abuelos. Tal vez, cuando cumpla los once años pueda superar esto...

Esas, son las esperanzas que me regala mi abuela.



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martes, 27 de noviembre de 2007

Narración de una Crónica y Crónica de una Narración



La vida le ha mostrado al maestro Ediberto, muchisimos caminos. Sus estudios tambien han sido de los mas variados. La mayoria incolclusos... como el todo de su Obra... pero hubo un pasaje intelectual que lo marcó: El Periodismo.
Ediberto Mouri estudio periodismo de muy joven, y quizas sea esa su frustración. Sus narraciones en forma de crónica, nos lleva a suponer que como periodista... hubiece sido un gran inventor de noticias...
La siguiente es una narración de la cual no se sabe si tiene raices reales, o solo fue una fuga mas de sus creaciones...

Los Perros de Crucecitas

Esta crónica que ahora narro, nos transporta al año 1965, donde varios sucesos de distintas índoles intoxicaron mi vida dejando una cicatriz imborrable de recuerdos. No poseo razones precisas, pero he tardado mas de lo que pensaba en terminar este relato. Quizás, la constante exploración de mi memoria, por miedo a olvidar detalle, sea la razón. Pero bien valió la pena esa espera. Porque estoy seguro que este tiempo ha madurado mis palabras, ayudando en las descripciones, que es lo fundamental, a mi parecer, en una crónica.

En enero 26 de aquel año, descansaba de mis labores en un taller gráfico. Mis cortos ingresos apenas me alcanzaban para pagar las cuotas que el instituto de periodismo, donde estudiaba, me exigía. Había terminado de cursar el segundo año de la carrera. La cosa parecía terminar en poco mas de un semestre. Obviamente, los proyectos y delirios de trabajar de lo que uno cree como vocación impacientan y alientan a terminar. Pero ese año el destino contaba conmigo en otro lugar: una carta inesperada llega a casa de mis padres, donde en ese momento vivía. Informaba que un tío mío -Ramón, hermano de mi madre- estaba atacado por una enfermedad que le impedía seguir trabajando -tres meses después, al fallecer, nos enteramos que se trataba de meningitis- y requerían con urgencia, ayuda en el campo. Residían en Crucecitas, un pequeño pueblo metido en las entrañas de Buenos Aires. Para algunos, un lugar ni siquiera conocido. Enseguida mis padres insistieron –más mi madre, lógico- en que viajara a ayudarlos. Claro, no teníamos contacto con ellos desde que yo tenia quince años. No estaban enterados de mi trabajo actual, y menos de mis estudios. Pero las suplicas de mi madre y la ventaja renunciar a esa roñosa gráfica me convencieron. Con el peso sobre mi espalda de tener que postergar mi graduación, tuve que empacar mis cosas y viajar en menos de dos días.

Tanto en el viaje como en horas antes, me dispuse a proyectar un plan para ocupar el tiempo libre que tendría. En ese momento ni siquiera sospechaba el tiempo de mi estancia, pero si sabia de que se trataba el trabajo allí. Lo había realizado de chico y por eso mis familiares contaban conmigo. Como la tarea en cuestión era dinámica pero simple, y no requería mas de cuatro o seis horas de labor, tenia pensado recorrer el lugar por zonas poco conocidas y luego escribir algo sobre ello: un informe turístico, o algo parecido. Así me pensaba mantener en forma con cuestiones de descripciones y transcribiendo relatos que alguno me comunicaría. Sabia que eso no iba a ser suficiente para un entrenamiento literal, pero al menos regresaría con alguna narración autóctona del lugar. -O quizás la crónica de algún suceso- parecía sospechar. -seria provechosa para una practica.

El viaje no fue largo, solo seis horas lentas y aburridas. Los viajes nunca fueron de mi agrado. La pasión por conocer lugares me han llevado a recorrer caminos, pero mi impaciencia por llegar me hace detestar los transportes.

Fue mi tía Clara la que me recibió con un abrazo en la estación. Manejando una camioneta por el medio del campo llegamos a su casa en menos de una hora.

Una sensación lógica de tristeza habitaba en el interior de su morada. Mis primos –Raúl y Juan, gemelos dos años mayores que yo- me llevaron esa tarde después de comer, al hospital donde su padre agonizaba.

La ausencia de mi tío se trasladaba del trabajo a las reuniones de su casa. Y aunque pequeños momentos de risa peleaban por estancarse, la tristeza prevalecía ante todo. Así, dentro de ese clima lúgubre, fue que empecé a trabajar en el campo.

El dialogo con mis primos era fluido y constante. Me enteré de cosas de sus vidas que nunca me hubiese imaginado y a la vez fueron conociendo aspectos de la mía aparentemente interesante para ellos. Nos reíamos bastante, a pesar de la tristeza del momento. Y aproveche esa gran comunicación para comentarles mi proyecto. El de recorrer la zona y relatar un informe. Aparentemente les agradó la idea, pero enseguida me informaron:

-La zona del pueblo creció mucho en estos últimos años, pero cuando te alejes de las casas para el lado del monte, es mejor que te acompañemos. Simplemente como una guía.- fue la advertencia de Juan. Obviamente acepte la propuesta, pero me sorprendí por el animo de protección que querían darme.

-¿Existe algún tipo peligro por el monte?...- pregunté –...me resulta curiosa la necesidad de una guía. Ustedes saben que conozco bastante los diferentes lugares, tal vez no en profundidad, pero, ¡no creo perderme aquí!- les asegure riéndome.

Mis primos se miraron serios y uno de ellos me comentó:

-Hace bastante que no hay noticias, pero unos años atrás, seis o siete para acercar, unos agricultores de la orilla del pueblo, empezaron a encontrar en sus recorridos por el monte, animales muertos...- sonrió picaramente por la obviedad, luego volvió a ponerse serio y siguió –Si ya sé, esto te puede parecer normal en el monte, pero la cantidad de aves, conejos y otros bichos encontrados era cada vez mayor. Tiempo después llegaron a la certeza de que unos perros, aparentemente salvajes, habían empezado a habitar los montes de manera sorpresiva.-

-¿Perros?- me sorprendí –¡Esta nunca fue una zona de perros salvajes!-

-No, pero aparentemente estaban allí. Mucha gente decía verlos de vez en cuando, y los mas osados, contaban que habían visto varias jaurías...-

Raúl fabricó un instante de silencio, se sentó sobre una cubeta vacía y continuó:

-Todavía no escuchaste lo trágico de esta historia...-

-¿Qué sucedió con aquellos perros? ¿Alguien termino herido por ellos?- Pregunté inocentemente.

En ese pequeño momento, se apodero de mi un sentimiento de curiosidad que rozaba el miedo. Me quede mirándolos como un niño que espera la continuación de un cuento.

-Hubo una muerte...- dijo Juan mirando hacia abajo. –...Los perros mataron a un vecino nuestro, hace ya algunos años...-

Tal desenlace era impensado, teniendo en cuenta el conocimiento que yo tenia de aquel lugar años atrás. Mi estado de sorpresa me había llenado de silencio. Inconscientemente di un paso hacia atrás y mi cabeza giro mirando hacia los lados, como desconfiando de cada sonido. Aunque estaba acompañado me sentía inseguro.

-Era augusto...- recordó Juan. –...El del techo con tejas, en la esquina de casa. ¿Te acordas?, de chicos nos subíamos a su higuera para jugar.-

Mi memoria luchaba por mostrarme imágenes. Entre ellas recordé esa manía de escalar árboles, tan común en nuestras tardes de niños. Visitábamos casi todas las copas de esa vereda. Pero teníamos una especial predilección por las ramas de aquella higuera. Nos creíamos sus dueños y muy poderosos desde aquellas alturas, veíamos el campo sembrado que estaba allí enfrente. Y a nuestra espalda, quedaba la casa con techo de tejas. La casa de Augusto.

Recordar aspectos de la vida de Augusto, era descifrar lo incomprendido por ser chico. Todo el mundo hablaba de él y de su vida. Era peculiar, pero interesante. Una vida entregada casi de lleno a la religión. Aunque el párroco del lugar no simpatizaba mucho con él. Yo siempre tuve la idea que el cura lo despreciaba por celos. El cura del pueblo era el padre Aguirre, recuerdo sus visitas en casa de mi tío. Siempre tenia algo para decir de Augusto, de su vida, de sus trabajos y hasta de sus costumbres religiosas. Es curioso pero el padre Aguirre parecía querer ensuciar la vida de Augusto. Augusto era querido en todos los rincones del pueblo. Sus trabajos en tiempos de sequía lo habían puesto en un lugar casi inalcanzable para el párroco. Mas aún después de la ultima sequía, la mas terrible para muchos. El padre Aguirre, en cambio, tenia una vida dudosa. Todo el mundo hablaba de su mal carácter y modales. Las misas dominicales parecían ser aprovechadas para su conveniencia existencial, pidiendo ser invitado a cenas, reuniones o hasta incluso fiestas, de las que por algún comentario se enteraba. Vivía con Marta, su criada, que además de dedicarse a los deberes propios de una empleada domestica, despertaba la duda y discordia de todos los devotos de la parroquia. No era correcto, claro. Nadie tiene el poder de juzgar. Pero un cura que comparte su casa con una mujer, cualquiera sea su categoría, no deja sospecha libre para nadie.

Cuando conocí a Augusto ya hacia tiempo que había dejado la iglesia. Creyente y activista de la ayuda, no dejaba labor sin terminar.

En la ultima sequía, tan solo unos años atrás, la miseria se apodero de muchos hogares que en otros momentos fueron prósperos. El campo tiene esas cosas. La riqueza cuelga de los hilos del clima. Se puede vivir en la abundancia y con buena fortuna en la cosecha durante años, pero una sola temporada que por algún motivo pierda esa continuidad, puede provocar la necesidad, no solo en la casa del patrón, sino también en los incontables ranchos de la peonada. Es una cadena que golpea mas fuerte al que más abajo está.

Ese año, con seis meses de sequía continua, los sectores del sur del pueblo –que se encontraban más cercanos al monte- sufrían las peores necesidades. Y entre la falta de recursos sobresalía la escasez de agua. La entrada del pueblo –que es donde se ubican las casas más antiguas, estancias y campos grandes- tenia la ventaja de gozar de un subsuelo de agua bajo sus pies. La napa tenia su fin antes de llegar a la zona más humilde, y dejaba a mas de cien hectáreas de pueblo con la necesidad de agua.

La lucha se llevaba a cabo en la calle, durante el día. Bajo el sol abrasador se veían pasar, una y otra vez, las personas que acarreaban las cubetas con agua. Casi siempre eran hombres, pero también me han comentado tristes anécdotas sobre niños y mujeres esforzándose por acortar esos mas de tres mil metros rumbo al monte.

Augusto no tenia problemas con el agua. Tanto su vivienda como la de mi tío están ubicada en la zona de la napa. Pero como nadie, él se preocupo. Y no dejo hogar en el pueblo necesitado de agua.

Se propuso organizarlo todo. Armó un carro de madera para transportar grandes tambores. Algunos suyos y otros conseguidos por las personas que lo ayudaban. Siempre contó con la ayuda de mucha gente. Obviamente, las personas pertenecían a los lugares secos. Augusto fue un motivador. Y sintiéndose satisfecha por ayudarse, la gente trabajó gustosa junto a él.

El carro transportaba diez tambores de quinientos litros. Augusto propuso que se trabaje de noche, así se descontaba el castigo del sol. Entre ocho personas movían el gran transporte. Se iban renovando según los viajes que realizaran. Los caballos eran de los patrones, y no los prestaban para tal esfuerzo. Igual, nunca contaron con ellos. Su propia fuerza de voluntad movía las ruedas de aquel carro.

A las siete de la tarde, cuando el sol se volvía piadoso, se reunían en la casa de Augusto a llenar los toneles. La gran manguera y el bombeador manual no hacían nada sin el esfuerzo humano. Se turnaban de a dos para realizar aquel duro trabajo. Llenar todos los tambores tomaba poco mas de seis horas de bombeo constante.

“...una noche, apenas empezábamos a trabajar cuando nos dimos cuenta que el bombeador ya no tiraba tanta agua. Antes de llenar el segundo tambor tuvimos que desarmar aquel aparato. Estaba viejo y muy oxidado. El sarro se había incrustado en los tornillos y fue muy difícil despiezarlo. Augusto no se preocupo en arreglarlo, agarro su bicicleta y fue en busca de otro. Los que quedamos allí tratamos de encontrarle la vuelta, pero estaba difícil. Nos preocupamos mucho, por que ese inconveniente nos podía dejar sin agua hasta quien sabe cuando. Era difícil que alguien prestara su bombeador o que tuvieran alguno de repuesto. Pero él llego caminando, mas o menos a la hora, con un bombeador para instalar.

Todos sabíamos que en la iglesia habían cambiado el que tenia por uno nuevo, pero nadie creía que el cura se lo prestara a Augusto. Ni siquiera piso la iglesia. Lo había conseguido en la entrada. Un conocido tenia de casualidad un bombeador entre sus porquerías. Esas cosas solo las encontraba él...”

El solo acto de relatarme lo sucedido, provoca en Pedro una emoción que conmueve. Sus ojos se sitúan en la nada y su voz se realza, como entusiasmándose. No hay lagrimas. Pero su rostro muestra señales de una triste nostalgia.

Pedro fue una de las tres personas que acompañaron a Augusto en este trabajo, de principio a fin. Vive en una zona alejada de las demás casas. En un rancho que se encuentra, aproximadamente, a trescientos metros monte adentro. Padre de tres hijos varones en aquel tiempo. A estas horas, habrá sumado algunos más.

Otra de las personas con quien tuve el gusto de hablar fue con Alicia. Una estupenda mujer que luchó noche tras noche por aquello del agua. Hija de doña Ana y hermana mayor de cuatro mujeres. Compartió conmigo una tarde de mates mientras me contaba sus recuerdos. Todos los relatos fueron sorprendentes y emocionantes. Los comentarios que con gran esfuerzo recogí se parecen mucho entre sí, porque obviamente, todos vivieron casi lo mismo. Pero cada uno resalta y profundiza, de manera muy personal, partes distintas de la historia. Por ejemplo, si tuviera que transcribir el relato integro de Pedro, sin nombrar su procedencia y conocimiento con Augusto, podríamos suponer que eran hermanos. Sus tratos y vivencias nos llevarían a eso. Pedro conocía mucho sobre la vida de Augusto. Tanto que parecía que habían crecido juntos. Augusto también conocía profundamente a Pedro. En ese poco tiempo de lucha, se habían hecho grandes amigos. Cuando el trabajo tubo que terminar, su unión perduro hasta el final. En cambio, Alicia, sin que ella tuviera la osadía de contarme, mostraba ser una eterna enamorada. Augusto se había convertido, sin saberlo, en el motivo sentimental de esa mujer. Todo su trabajo exterior se encontraba incentivado por un profundo y casi platónico amor.

“...Él hablaba muy poco de cosas que no tenían que ver con el trabajo. Se lo solía ver mucho tiempo con Pedro. Eran muy compinches. Creo que lo único que no compartían eran sus rezos. Cada uno lo hacia a su manera. Era extraño, pero así era casi todas las noches. Conmigo no compartía mucha charla. Una lástima, me encantaban los pocos momentos que hablaba conmigo. Trataba de buscar conversación por cualquier cosa. Hablaba muy bien. Parecía tener vivencias de sobra, como si hubiera vivido varias veces. Todo el tiempo yo comparaba mi vida con la suya y lo admiraba por esas cosas que brotaban de su experiencia. Teníamos mas o menos la misma edad. Pero parecía que sus años habían sido más largos.

Una vez nos pusimos a hablar. Fue en un descanso de la madrugada de un martes. Yo me senté recostada en un árbol y él se acercó. Creo que fue la única vez que lo hizo, siempre era yo la inquieta que buscaba sus palabras. Empezó preguntándome sobre mi familia. Pregunto por la salud de mi padre, de mi madre y algunas otras cosas. Sintió curiosidad por las costumbres religiosas de mis padres. Ellos nunca fueron muy practicantes. La conversación se extendió. Terminamos hablando de libros, me parece. Creo que fue lo que más le sorprendió. Lamentablemente no es común encontrar gente que se entretenga con la lectura acá en el pueblo. Yo leí muchas cosas desde chica y eso fue un gusto en común en aquella charla. Recuerdo ese momento como que hubiésemos compartido horas de compañía. Pero no sé si llegamos a charlar media hora...”

Alicia no pudo terminar su magisterio. Su trabajo en el campo la limitó de tiempo. Pero siempre fue una alumna ejemplar. Pedro la acompañó en varios niveles de la primaria, luego él se quedo en el camino.

A pesar de su poca proximidad con Augusto, Alicia parecía ser la mas unida a él. Sus observaciones me sirvieron para sellar varias dudas. Tal ves, ese incondicional amor, la hacia ver cosas de él que otros no alcanzaban a apreciar.

Ella fue la ultima persona que hablo con él antes que el monte se lo devorara. Él desapareció la mañana del primer martes de abril. Nadie lo vio partir. Alicia estuvo con él, la noche anterior, trabajando con el carro que habían construido. Llevaban herramientas y otros elementos que habían sido útiles en momentos de mucha labor. La sequía había terminado. Él se tomaba el trabajo de devolver lo pedido cuando se cruzó a Alicia y se sumó a la recorrida.

“...yo volvía de llevar a la tienda de don Arturo algunas mantas que tejía mi madre. En el camino lo crucé, caminaba arrastrando con fuerza el carro del agua. Estaba vacío, quiero decir que no llevaba los tanques con agua, pero igual lo alcancé para ayudarle. Como era ya costumbre, solo hablamos de cosas comunes. El clima era noticia por sus lluvias desde hacía varios días, por suerte. Y se convertía en una charla obligada. No eran muchas las cosas que tenia que devolver a sus dueños, pero tuvimos que recorrer casi todo el pueblo.

Cuando llegamos a su casa, ya terminado el trabajo, me abrazó y me dio las gracias. Creo que fue el contacto más cercano que tuve con él. Me sorprendió mucho. Me dijo que si no hubiésemos estado junto a él todo este tiempo, ningún trabajo se habría completado. Me nombro a Pedro, a Libio y enumeró sus virtudes. Los llenó de elogios. Mientras hablaba de sus ojos salían lagrimas, y yo como una tonta, no pude evitar llorar mientras escuchaba. Cuando terminó con ellos, siguió conmigo. Nunca nadie me dijo cosas tan lindas. Me dijo que me había convertido en su camino, que nada era casualidad, todos los momentos en que nos habíamos cruzado tenían un motivo. Me recordó que Dios junta a la gente para estas cosas. Siempre decía eso durante las noches de trabajo. Todas las conversaciones que habíamos tenido tenían alguna razón de ser. Y que no le había costado mucho darse cuenta del tipo de persona que era. Las otras cosas que me dijo las guardo muy adentro mío, y no creo que sea necesario contar... No quiero tirar mas lagrimas, porque en todo este tiempo ya llore mucho...”

Los trabajos que realizaba en el campo con mis primos, me permitían tener una visión casi panorámica del monte. Si me situaba en el medio del terreno sembrado, podía girar mirando casi ciento ochenta grados de pura arboleda y arbustos tupidos. Me resultaba difícil imaginar, que escondido tras esa maleza, jaurías de perros salvajes amenazaban hace algunos años. Y más difícil de creer era su extinción. Estar seguro creyendo todas las historia que contaban era difícil. Alguien seguro exageraba algo... ¿pero quien?

Nadie aseguraba que al alejarse del pueblo no se encontraría algún perro, aunque hacia años que nadie veía uno.

Solo tres días de soledad tubo el campo en su trabajo. Fueron los días de duelo por el fallecimiento de mi tío. La tristeza no fue más grande que la que habitaba desde su internación. Esto pasa cuando la despedida al fin se hace inminente y esperada. Hacia ya un par de meses que su estado era inmejorable.

La pesadez y angustia es contagiosa. Y yo necesitaba estar solo para esconder un poco mi pena. Empecé a caminar por lugares que tal vez en otro momento no lo hubiera hecho. Sin darme cuenta termine recostado en el monte, muy lejos de la casa de mis primos. Mi cabeza empezó a tejer las charlas y anécdotas que había recogido. Quizás buscando una distracción. Estaba tan apenado que parecía insensible a otros sentimientos. Me acordaba de los perros... pero no sentía miedo. Lloré en soledad, no solo por la pena que traía de la casa, llore también por la perdida, tan absurda quizás, de una gran persona como pareció ser Augusto. Los pensamientos se mezclaban, y las tristezas también.

Nunca encontraron ningún rastro de su cuerpo. Ni siquiera en las recorridas que algunos vecinos hacían para darle caza a estos animales. La gente se agrupaba y encaminaban rumbo al oscuro monte, armados y atentos, tratando de matar a su miedo mirando el cadáver de algún perro.

Nadie encontró ningún perro salvaje después de la desaparición de Augusto. Parecía que el monte se los había devorado. Como a los restos de su querido vecino.

Los perros desaparecieron de la misma manera misteriosa como llegaron. Y por eso su intranquilidad nunca los abandonó. El monte paso a ser el lugar más peligroso. Solo se atravesaba en grupo, ya nadie se aventuraba a al riesgo de internarse solo. Años pasaron y el temor se hizo costumbre.

La ultima charla la tuve con Libio, otro personaje particular. Hijo de una de las familias con mejor posición en el pueblo. Pero él rompió esa tradición. A los veinticinco años se casó con Clara, una humilde y hermosa mujer, hija de Sara, una empleada de su casa. Ya estando de novio sus padres se opusieron a esa relación, tal cual culebron de mediodía. Pero él, enamoradísimo –como parece encontrarse hasta el momento- decidió casarse e irse a vivir a la parte baja. Allí sigue aún, en su pequeña casa, con sus cuatro hijos –una princesa mayor, gemelos y un recién llegado- casi olvidado por sus hermanos, pero feliz por vivir como su vida quiso.

Nuestra charla tuvo mas forma de reportaje que las demás. Se dio de esta manera por su personalidad: un hombre muy abierto, sincero y con un gran sentido del humor, pero de pocas palabras. Sus respuestas fueron siempre muy sintéticas, y yo siempre tuve que profundizar para que él lo haga.

“...hace años que no se sabe nada de los perros, ¿por qué siguen tan atemorizados?_ Le pregunté mientras hacíamos una caminata por el pueblo.

_No sé bien por que, es verdad que no se sabe nada, pero me acuerdo cuando recién aparecieron. También fue de repente, y nadie creía que pudieran ser tan peligrosos..._

_Pero nadie mas fue lastimado por ellos, a parte de Augusto ¿cómo están tan seguros de su peligrosidad?_ yo trataba de aclararme dudas... _ ¿todos aseguran que fueron los perros?

_Y... estaban en el monte, eran salvajes... ¡tampoco estábamos seguros de que no sean peligrosos!­..._ me contesto con una pequeña sonrisa. Me hacia sentir que formulaba mal mis preguntas._...aparte, el hecho ocurrido con Augusto no fue el motivo. Ya desde antes nos estábamos cuidando de ellos..._dejaba silencios misteriosos en todos sus finales. Yo me quedaba observándolo, como esperando que continuara.

_No creo verte muy seguro. ¿Alguna vez encontraste algún indicio?

_La verdad que no...­_me miro a los ojos con una sinceridad que parecía dolerle._...nunca pude ver nada, ni a los perros, ni sus huellas, ni nada. Sinceramente, siempre sospeche que todo fue una equivocación y el miedo infundado..._con un gesto de alivio me hizo su confesión. Y yo, esperaba que Libio me diera esta respuesta.”

Llegue a Crucecitas casi cinco años después de la desaparición de Augusto, y el miedo y precaución que la población de la zona tenia era muy contagiosa. Tuve la oportunidad de internarme inconscientemente en el monte. En los lugares donde el peligro era y es inminente para muchos. Hable con muchas personas con la intención de saber mas sobre aquellos perros, y me encontré con la conmovedora historia de Augusto. Me colmé de relatos y advertencias. Y ni siquiera así pude entender la existencia efímera de aquellos perros. Hasta ahora me cuesta creerlo.

Libio viajó a la Capital cuando su edad era de dieciocho años. Comenzó su estudio en la carrera de contador y la termino en tres años y medio. Sin desmerecer a nadie, Libio fue la única persona facultativa que entrevisté. Sus análisis me sirvieron para confirmar conclusiones mías. Es un hombre que sin perder la fe, me confesó sus opiniones con objetividad y coherencia.

Explorando lo terrenal, encontré huellas de un pasado incierto y misterioso. Por un lado, emocionante y triste, y por el otro lleno de miedo y culpa. Si los perros existieron, nadie puede asegurarlo con certeza. Pero si creen firmemente en su ferocidad y culpabilidad. Según muchos, ellos son los responsables de la desaparición de una persona que hizo mucho en su corta presencia, y dejo preguntas sin respuestas.

El miedo esta justificado, existen victimas.

Y el nombre de esa persona que ya no esta, sigue ligado a ese miedo. Hasta ahora.

Ya nadie recorre los montes sin una compañía.


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