miércoles, 28 de noviembre de 2007

Las anecdotas...


Entre las innumerables narraciones del maestro Ediberto Mouri, podemos hallar una suerte de diario intimo, desglosado y fraccionado en una serie de cuentos anecdóticos.
Esto es muy curioso. Como todo, en la Obra de Mouri, nadie sabe cual de todas las historias fue real o no.
Los mas arriesgados son, justamente, los que menos aprecio le tuvieron a este "Pseudointelectual..." y comentan que Mouri tuvo tan pocas vivencias como coherencias para la escritura...
Si lo pensamos bien, esto no parecería ser tan desacertado... pero no lo pensemos.
La siguiente, es una de sus anécdotas mas recordadas (solo por su cuñado).

La habitación vecina

La luz se empezó a ver por debajo de la puerta. En ese momento, dejé de estar acostado para sentarme en la cama, y note que el miedo se había apoderado de mis piernas. Mis manos tenían un ligero temblor que no me dejaba encender la luz. Tras un brusco y tonto movimiento, la vieja lámpara de porcelana cayó al suelo transformándose en diminutos pedazos. El estallido me aturdió demasiado. Miré enseguida hacia el umbral de aquella puerta. Noté movimiento en la luz, como si fuera la sombra de alguien caminando allí adentro. De un momento a otro, la luz se apagó.

Una rara sensación se concentraba en mi abdomen, y mi boca se secaba con cada expiración. Sin obedecer a mi temor, me encontré con la puerta pegada a mi cara, y observando a través de su cerradura. Obviamente, la oscuridad era dueña de todo lo que acontecía en la habitación vecina. Pero una ventana, su cortina y el viento, regalaban pequeños latigazos de una pobre luz de luna. El resplandor delataba inquitud, aparentemente cerca de la cama. Enseguida, la figura empezó a moverse por toda la habitación, como si transportara algo de un lugar a otro. Aquella sombra misteriosa dejo ver claramente una figura alta y robusta. De repente, todo el movimiento contemplado en esa habitación cesó. No pude captar nada mas que quietud en la penumbra. Hasta que un pequeño brillo se hizo presente, sorprendiéndome al principio, y asustándome luego, con su raro crecimiento. En un parpadeo, ese insignificante brillo aumentó su luz, al extremo de casi enceguecerme. Tal fenómeno provocó que alejara mi cara de la puerta, luego trastabillé y caí sentado.

Estaba atontado. Y hasta puedo decir que mareado también. Todo ese ir y venir, había destrozado mi sentido de la orientación. Desde allí, sentado en el piso, escuché un raro chillido. Parecía el freno apresurado de un vehículo. Sonido que llamó mucho mi atención, pues no era común en ese lugar. Mis nervios ya eran dueños de mi atención. Volví a subirme a la cama, sin dejar de estar expectante a nuevos sonidos que iban apareciendo. El viento oportunamente, parecía burlarse de mi. Sus ruidos no eran los de costumbre. O tal vez ya todo me era desconocido.

De un momento a otro, el silencio y mi tranquilidad volvieron de la mano. Eso me ofreció valor. Y no pude evitar dirigirme hacia la ventana para tratar de matar mis dudas. La serenidad de la noche me calmó mas aún. Intentando liberar mi mente, comencé a contemplar un charco ubicado al final del parque. Su agua inquieta por el viento, me ofrecía una imagen distorsionada del frente de la casa. La espesa arboleda dificultaba mas la visión. Pero a pesar de esos obstáculos, podía divisar la figura que describía con el viento, la cortina de la ventana vecina. Esa imagen me entretuvo un momento. Hasta que de pronto me alarmó: ninguna ventana de la casa permanecía abierta de noche. y mucho menos aquella ventana, pues nadie pernoctaba allí.

La inquietud que me generaba pensar que alguien había estado allí, me atemorizaba. Me acerqué nuevamente hacia la puerta, con la intención de espiar por su cerradura otra vez, pero un tremendo estruendo me paralizó. Parecía el sonido de un jarrón de cerámica al romperse. Esa situación se hacia mas inexplicable cada vez. Y ya mi miedo me avergonzaba.

La luz de un relámpago me ilumino el rostro por un instante. Comenzó a llover. Y los sonidos fueron devorados por el agua. Mire mis manos pálidas mientras me acostaba en la cama nuevamente. Me cubrí hasta la cabeza con las sabanas. Cerré los ojos... y dormí...

El amanecer me reunió con mis padres en el desayuno. El sol parecía ignorante de la tormenta pasajera en la noche.

Es increíble, pero nunca pude pasar una noche tranquilo en casa de mis abuelos. Tal vez, cuando cumpla los once años pueda superar esto...

Esas, son las esperanzas que me regala mi abuela.



Comentarios a: escritornauta@gmail.com (perfil)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me gusta,es diferente...

Anónimo dijo...

excelente descripción, buen suspenso, final inesperado, muy bueno, me gusta.