martes, 5 de febrero de 2008

Un camino y tres puertas...


Encontrar su propio estilo e idioma, fue para el maestro, la meta de su vida artística. Para algunos, una meta que jamás consiguió. Para otros, Ediberto jamás escribió algo bueno. Pero para los que leímos mucho material del maestro, nos resulta entretenido el inmenso arco iris de estilos por los que su pluma ha pasado.

Explorando entre lo inmenso del material de Mouri, encontré las siguientes curiosidades: tres cuentos temáticos, escritos por alumnos del maestro (y corregidos por él, claro), que muestran la búsqueda constante de un estilo, aunque sea a manera de ejercicio.

En su libreta de temas de enseñanza, Mouri detalla a este ejercicio como “Estilo forzado y sin pausas”, y consistía en escribir varias narraciones, con la misma introducción, pero con desenlaces totalmente distintos. El maestro escribía los primeros versos y sus discípulos hacían el resto.... solo que utilizando el sistema de Mouri (que mas tarde nos dimos cuenta que no era su sistema...), un relato lleno de detalles, atrapante y como regla fundamental, no debía existir el “punto aparte”. Esto tenia como intención, que el lector comenzara a leer y no pudiera detenerse hasta el final....

Bueno, los alumnos del maestro crearon lo siguiente...

Sangre

En esa habitación completamente destruida, fue que encontré a esa mujer, desnuda, acostada boca abajo en esa diminuta cama de metal color bronce. La puerta estaba abierta. De haber estado cerrada dudo que mi cobardía hubiera dejado que mi intención actúe. Entré. Su pelo era lacio. Y cubría la mitad de su espalda. No parecía una mujer alta. Se veía bastante mayor y robusta, pero con un cuerpo aceptablemente atractivo. Parecía dormir. Pero si no hubiese sentido ese disparo hacia apenas unos minutos, directamente no estaría allí en ese momento, sospechando su muerte. Nunca sentí otro ruido. Nunca vi a nadie que escapara o que tal vez pudiera ser sospechoso. No crucé absolutamente a nadie. Estábamos ahí, solos. Rodeo la cama. Sin dejar de mirarla. Del lado de la pared, entre la cama y un mueble, alcanzo a ver un arma que se escondía entre las sabanas tiradas en el piso. De ese lado, la mujer dejaba caer su brazo. Me avergüenza sacar conclusiones, no soy detective, no soy investigador ni periodista, pero puedo jurar que esa escena era la de un suicidio. Pero existía un detalle que arrojaba lejos a mi teoría: no habia ningun rastro de sagre, por ninguna parte. Me canse de dar vueltas por el interior de aquella habitación, pero no había ninguna mancha roja allí. Salí de ahí con la intención de llamar a la policía, pero algo en mi interior me dijo que esa imagen que había en aquella habitación no concordaba con mi idea. Desande mis pasos, y entre nuevamente. No había alcanzado a salir del departamento. Aunque el mío se encontraba a pocos metros, no llegue a él sin que mi cabeza me cuestionara. La toque. Tuve que tocarla. Estaba tibia. Era obvio. Me llene de valor. La tome de los pelos y levante su cabeza de la almohada. Su cara estaba intacta. Sin heridas. Sin muestras de sufrimiento. Solo estaba un poco morada. Apenas. La agarre del brazo izquierdo y la posicioné boca arriba. Sus enormes pechos, todavía flácidos, mostraron la inercia de la acción. Era bella. Un ruido me distrajo de aquella visión. Mire al piso. Un casquillo. El casquillo de la bala que dio muerte a esa mujer estaba allí. Pero... donde esta el orificio de entrada? No lo veía por ningún lado. Era obvio que esa bala la había matado, no había mas rastros de disparos y yo solo había escuchado uno. Escucho los gritos que venían de afuera. Y traté de salir. Pero la policía me interceptó y me forzó a quedarme quieto. Era el sospechoso. Claro. Agarran el arma. Con el cañón tapado. El arma nunca disparo esa bala. Seguramente el susto la mato.

Muerta

En esa habitación completamente destruida, fue que encontré a esa mujer, desnuda, acostada boca abajo en esa diminuta cama de metal color bronce. La puerta estaba abierta. De haber estado cerrada dudo que mi cobardía hubiera dejado que mi intención actúe. Entré. Su pelo era lacio. Y cubría la mitad de su espalda. No parecía una mujer alta. Se veía bastante mayor y robusta, pero con un cuerpo aceptablemente atractivo. Parecía dormir. Pero de un momento a otro, su cabeza se levanto y me observó. Sonrió. Era bella. Y sus ojos me invitaban a acercarme. Se enderezó en la cama sin decir nada. Sus enormes pechos, todavía flácidos, mostraron la inercia de la acción. Ella se dio cuenta donde mis ojos descansaban. Y me regaló una risa casi burlona. Tenia miedo. Yo tenia miedo. Ella me esperaba. Era mi turno. Mis amigos me esperaban afuera. Aquella ramera me iba a mostrar las cosas que hasta ese momento solo me imaginaba. Me senté en la cama. Ella volvió a acostarse boca abajo. Me ponía a prueba. Parecía burlarse todo el tiempo de mi. Notaba mi miedo. Yo hacia notar mucho mi miedo. Ya estaba desnudo. En la cama. Con esa mujer de fama limitada. Quise demostrar de una manera tonta que no tenia miedo. Eso era imposible. Me llene de valor. La tome de los pelos y levante su cabeza de la almohada. Su cara estaba intacta. Me di cuenta que era mas joven de lo que parecía. Su cuerpo había vivido mas momentos que su cara. De un movimiento rápido, ella se puso debajo mío. O mejor dicho. Ella me puso arriba suyo. Cerró los ojos. Y acomodo con sus manos los actores de la obra que debía comenzar. Después abrió sus brazos, y los levanto a la altura de su cabeza. Su expresión cambió. Y su cara era ahora como de descanso. Parecía dormir. Yo empecé a moverme. Mucho. Me parecía que estaba exagerado. Hablo de mi, claro. Ella no hacia nada. Ningún movimiento. Ninguna acción. Y ningún gesto. Parecía muerta. Me detuve. Ella abrió los ojos y me miro. Yo observe sus ojos negros. Y ella lanzó una inmensa carcajada. Me levante muy rápido. Agarre mis ropas. Y salí de allí. Ella seguía riendo. La podía escuchar mientras escapaba. Se estaba burlando de mi. Jamás la volví a ver. Jamás volví a ese lugar.

Ramera

En esa habitación completamente destruida, fue que encontré a esa mujer, desnuda, acostada boca abajo en esa diminuta cama de metal color bronce. La puerta estaba abierta. De haber estado cerrada dudo que mi cobardía hubiera dejado que mi intención actúe. Entré. Su pelo era lacio. Y cubría la mitad de su espalda. No parecía una mujer alta. Se veía bastante mayor y robusta, pero con un cuerpo aceptablemente atractivo. Parecía dormir. Pero estaba muerta. La cama bañada en sangre. Pero curiosamente su cuerpo no. Los que estábamos ahí adentro, el jefe de operativos y yo, empezamos a anotar todo lo que veíamos. Aunque ya esperábamos este desenlace. La llamada al destacamento anunciaba una muerte. Una futura muerte. Y esa llamada había sido de esa mujer. Estábamos seguros. El suicidio había sido apenas minutos atrás. Pero la alerta no era esa. Es mas, la intención de esa mujer no era matarse. Si no, matar a la mujer que en ese momento estaba con su esposo. Los vecinos hablan. Siempre hablan. Saben diez, pero siempre dicen cien. Hay que saberlos interpretar. Y sacar lo bueno e interesante de sus palabras. O de sus chismes, dicho de una manera mas sincera. Revise sus ropas. Encontré documentación. Me di cuenta que era mas joven de lo que parecía. Su cuerpo había vivido mas momentos que su cara. Eso me apenó más. Ya la escena era triste. Y su historia digna de un escritor barato. El casquillo de la bala que dio muerte a esa mujer estaba allí. Pero su rumbo cambio por decisión de ella. Los vecinos decían, que su marido se encontraba por las noches con su hermana menor. Ella se ausentaba por la tarde y volvía de madrugada. Era una ramera, y sus horarios eras esos. Sospechaba algo. Nunca se imagino que en algún momento iba a sentir ganas de matar a su pequeña hermana. No quiso sentir esas ganas. No quiso sentir, nunca más.



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