viernes, 14 de diciembre de 2007

Una vieja amistad del Maestro...


El Maestro Ediberto Mouri no se cansa de hablar de sus amigos mas cercanos en los escritos encontrados. Es mas, muchos de ellos figuran como personajes en algunos de sus cuentos.
Entre todas las amistades que el Maestro tuvo, hubo una que lo acompaño durante gran parte de su vida. A este amigo -Simón Escobedo- Mouri le dedicó la siguiente narración. Como de costumbre, no sabemos si en realidad la vida de Simón fue así...
pero si lo fue... pobre...

El muchacho de la mala buena

Simón Escobedo era un tipo con mala suerte. No por haber sufrido desgracias. Su vida era tan común como la de cualquiera. Él tenía mala suerte en cosas muy banales. Cosas cotidianas, de todos los días y no podía despegarse de esa mala buena con nada.

Tampoco era yeta, no. Los seres que lo rodeaban no sufrían penas por su culpa. Ni nadie lo evitaba, es mas, Simón era un tipo simpático y con carisma, y hasta se podría decir que era ganador, pero era esa maldita suerte la que lo hacia renegar. Muchas veces se lo ha escuchado maldecir por algo que le sucedió, sin que nadie lo notara. Pero él bien sabia que su suerte lo acompañaba a donde él iba. Lo más común era perder el colectivo veinte metros antes de llegar a la esquina, por ejemplo. Sea la hora que sea, y sea el lugar donde se encontrase, el siempre perdía el colectivo segundos antes de poder verlo.

Otra cosa muy común para él era pisar baldosas flojas. Ustedes pensaran que esto es bastante normal y azaroso para cualquiera, pero Simón pisaba un promedio de tres baldosas flojas por cuadra. Camine por donde camine esto era así. Si una cuadra tenia cinco baldosas flojas, Simón pisaba tres seguro.

Los días de lluvia eran su motivo principal para maldecir. No solo por las baldosas, que en esas situaciones eran más peligrosas que de costumbre, sino porque odiaba mojarse. Detestaba que la lluvia lo sorprendiera, pero... esto sucedía siempre. Era fanático de los paraguas, pilotos, impermeables y todos los implementos anti-lluvia que pudieran existir. Pero nada de esto servía. Como podrán adivinar, se la pasaba extraviando paraguas y olvidando sus armas contra la lluvia en todo lugar. Nunca vi a nadie renegar tanto un día de lluvia. Si caminaba ligero, las baldosas lo llenaban de barro. Si se acercaba a la calle, seguro un vehículo pisaba un charco y lo terminaba de enchastrar...

Comprarse ropa? Ni hablar! No podía mirar vidrieras. Desde que se dio cuenta de su suerte que no lo hace. Solo para no hacerse mala sangre. Si él veía alguna prenda que le gustase, tenia que comprarla en el acto... obvio, si conseguía talle y color. Si dejaba pasar un solo día, la prenda seguramente se agotaba o su precio era aumentado al doble.

Y podríamos seguir enumerando los obstáculos que su suerte le ofrecía... los excrementos de los perros en el piso... los de las aves desde el aire... los chicles en los asientos... la pintura fresca en los bancos de la plaza... entre otros.

Pero, a pesar de todo esto, Simón tenia bastante suerte con las mujeres. Era un tipo grande, con experiencia, y con mucha labia para hablar. Esto hizo que un día Alicia, una compañera de trabajo, aceptara una invitación suya.

Alicia trabajaba en un sector no tan cercano al de Simón, o sea que su conocimiento sobre él era mínimo, solo el que se obtiene al cruzarse algunas veces por día. Es por eso que no estaba al tanto de sus enojos por culpa de su suerte, como sus compañeros más cercanos.

El momento de la cita llegó, y Simón empezaba con sus preparativos. Por supuesto, no quería dejar escapar ningún detalle. Trató de pensar en todo.

Simón era de vestirse formal, no un formal ejecutivo, pero si le gustaba lucir trajes sencillos y cómodos, o en su defecto, partía hacia el lado informal con un saco sport, por ejemplo. Esa noche, la del encuentro con Alicia, se vistió con un bonito traje color café, camisa blanca y sin corbata, para dar un toque distinto, puesto que al trabajo siempre iba de corbata. Esta elegancia caía un poco con el bolso que iba a cargar al salir. El sabia que no entonaba con su personalidad, pero era muy necesario. En ese bolso llevaba el paraguas, el impermeable y las botas de caucho, entre otras cosas, que solo era una parte de su arsenal contra la lluvia y su suerte.

La noche estaba fresca, pero con un cielo que dejaba ver todas las estrellas. Este detalle era mínimo para Simón, nada haría que no cargara con su bolso.

A las nueve y treinta, en ese bar de una esquina del centro, tenia lugar la cita. Simón no tenia auto, así que teniendo en cuenta que media hora le costaría el viaje, emprendió su salida a las ocho. No quería que nada salga mal. Se miro por ultima vez en el espejo, acomodo un mechón caprichoso de su frente, agarro su bolso y salió de su casa. En la esquina paraba el colectivo de la línea sesenta, que lo acercaría. Se dirigió hacia ella, mientras metía la mano en un bolsillo en busca de monedas. Obviamente, su bolsillo estaba agujereado y por supuesto vacío. Así que rápidamente sacó un pequeño monedero de su bolso, y retiro la moneda que pagaría su pasaje. Una vez en la esquina se dispuso a esperar su viaje, mientras veía como un colectivo sesenta se alejaba de él.

Por fin emprendió viaje. El colectivo estaba completo, así que Simón permaneció parado delante de la fila de asientos de dos. Pero solo durante quince minutos: una señora bajó en la primer avenida. En el momento en que Simón se sentaba, notó extrañado como el chofer renegaba con su palanca de cambios, tanto que hasta detuvo el vehículo en la siguiente esquina... e hizo bajar al pasaje para esperar el colectivo que seguía. Simón bajo casi ultimo y ni se inmuto cuando se dio cuenta que un nuevo colectivo se le escapaba llevando a la mayoría de los pasajeros que lo habían acompañado en el anterior. Tuvo que esperar el siguiente. No tardó en llegar, y hasta se sintió con suerte de estar arriba cuando empezó a llover. En ese momento, tuvo la sensación de que la fortuna estaba de su lado esa noche.

Se paró de su asiento, se cubrió con su impermeable, y cuando bajó los tres escalones del móvil abrió su paraguas. El restaurante, que era el punto de encuentro, quedaba solo a una cuadra. Camino veinte metros cuando dejó de llover, y él ya divisaba a Alicia, que en la otra esquina bajaba de un taxi. Se apresuró por llegar. Dos metros antes del toldo de entrada, Simón piso su tercer baldosa floja desde que bajo del colectivo, así que cambio las botas de hule que traía puestas por sus zapatos de charol, que lo habían estado esperando en el bolso.

Cuando Alicia divisó a Simón en la entrada, ofreció una sonrisa sincera y de alegría por verlo. Se acercó, lo saludo con un beso en la mejilla y juntos se dirigieron hasta donde se encontraba el recepcionista.

-Buenas noches... a pesar de la lluvia...- se adelanto el empleado con tono simpático, saludando a la bonita pareja entraba al comedor. –han reservado mesa..?

-Si señor... mesa para dos, a nombre de “Simón Escobedo...”

-mmm... Según leo... espéreme un instante por favor... No, tengo que informarle señor que aquí no se registra ninguna reserva con ese nombre...

Alicia miro a los ojos a Simón, como perpleja. Parecía no poder creer que se le escape tan preciso detalle. Pero Simón nunca perdió la calma, y eso era lo que más dudas hacían surgir al gesto de Alicia.

-...Perdón, fíjese bien... Tal vez la reserva la hice a nombre de “Alicia Pérez” o quizás también... como “Señorita Alicia...”

-A ver... Sí, aquí esta! Efectivamente la reserva de una mesa para dos estaba a nombre de “Señorita Alicia...”, adelante por favor... por acá...

La dama volvió a sentirse tan cómoda como antes, y hasta se sintió segura de tener a su lado a un hombre como Simón... claro, lo que ni en sueños suponía, era que Simón había realizado mas de cuatro reservas... eso sí, él estaba plenamente seguro de que alguna figuraría en el libro...

Los comensales ya estaban en la mesa. El garzón no tardó en traerles la cartilla del menú, para que puedan deliberar su pedido.

Después de unos minutos, en los que ambos ojearon los manjares que ese libro ofrecía, Simón en otra de sus aparentes formas de cortesía, le habló a Alicia:

-Alicia... dime lo que quieres cenar esta noche...-ella se sintió un poco incomoda ante tal pedido. Claro, él la ponía en la responsabilidad de elegir algo bueno y que no fuera una sorpresa para el bolsillo de Simón...

-La verdad que no se que pedir Simón... Tu que deseas comer?-Alicia en una plena demostración de astucia, tiro su responsabilidad a las manos de Simón...

-Alicia... yo soy el que invita. Y quiero que elijas lo que deseas comer, no te preocupes por los costos, acuérdate que yo soy el caballero aquí... Solo dime que quieres cenar-

Ella una vez mas se sintió cautivada por la caballerosidad de Simón. No pudo contra eso. Ahora, tras el pedido tan respetuoso de su anfitrión, hizo el esfuerzo...

-Esta bien, lo haré... a ver...-ojeó nuevamente las hojas de aquel fascículo, y se decidió.

–Me tienta mucho este Salmón Grillado... que opinas?-

-Me parece una excelente elección Alicia... Garzón!!- Simón atrapó la atención del sirviente con su grito. Y ante la mirada de Alicia le dijo:

-Garzón... dígame una cosa, que tal está la Centolla...?-

Alicia ya se sentía completamente perdida. No podía ni siquiera suponer nada. Si era victima de una broma de Simón, o si había aceptado una cita con un psicópata que además tenia un pésimo sentido del humor... no sabia que pensar... Su cara lo decía todo.

Sin palabras, Alicia contemplo esa pequeña conversación entre Simón y el sirviente.

-No señor... me va a tener que disculpar, pero esta semana no entro nada de Centolla...-

-Que pena... entiendo... Y Mejillones?

-Parece que no es su día señor... también me va a tener que disculpar...-

-mmm... me esta haciendo pensar demasiado... Langosta?-

-oh... el Chef que las prepara esta enfermo y no esta en este momento... ya me siento avergonzado señor, quiere que le recomiende algo?-

-No, no se preocupe. Gracias igual. Me conformaré con un Salmón Grillado, esta bien?-

-A la orden señor, estará en la mesa en veinte minutos... sepan disculpar...-

-No hay problema, hasta luego...-

Alicia era la única espectadora de aquel sketch, que parecía escrito por un guionista con serios trastornos de la mente...

Se quedó sin palabras y con el mismo gesto en su cara durante varios minutos. Y su cabeza, totalmente en blanco.

-No me mires así Alicia, y tampoco es necesario que me digas nada. Se lo que en este momento esta pasando por tu cabeza, pero no te preocupes. Te prometo que en poco tiempo te darás cuenta de la necesidad de estas cosas...-

Ella hizo caso a esto. No tenia otra alternativa. Lo dejó en sus manos y trato de apartar estas cosas raras que su mente cuestionaba.

Su personalidad y el carisma de Simón, pudieron perderle rastro a esas “raras” escenas. La cena continuo como si nada hubiese pasado. Y claro, se divirtieron mucho.

Al salir del lugar, Simón abrazo a Alicia. Ella se sorprendió, pero no hizo nada para resistir esa acción. Se sintió cómoda y contenta por aquel gesto. Simón, la abrazó para cubrirla con su paraguas, que en ese momento había tenido la precaución de abrir. A penas abandonaron la protección del toldo del Restaurante, comenzó a llover...

Alicia se sorprendió por enésima vez... pero en esta, su cabeza actuó distinto: llegó a suponer que Simón era alguien mas especial de lo que ella creía. Y de hecho lo era. Solo que no de la manera que Alicia pensaba.

Gracias a ella, Simón pudo contra su mala suerte. No la venció, obvio. Es mas, la guerra es constante.

Se puede decir... que le encontró un punto débil a su suerte...

Ahora ya es natural para él saltar en una esquina, aunque este de espaldas al auto que salpica agua de calle... o caminar por el cordón de la vereda para no pisar baldosas flojas... o salir con abrigo aunque las temperaturas sean caribeñas...

Todo esto no hizo mas que enamorar mas a Alicia. De hecho fueron muy felices juntos.

Y ella, no se cansa de observar como su hombre es capas de prever cualquier catástrofe...

Y dejarse proteger, claro.



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martes, 11 de diciembre de 2007

...de dramas y clases de literatura...


El maestro Ediberto, entre sus múltiples oficios, se desempeño largo tiempo a dar clases particu- lares de literatura.

Su docencia en esta área le permitió cosechar muchos seguidores, que por jóvenes y esperanzados, ansiaban llegar a ser grandes escritores.

Entre todo el material recopilado de Mouri, se encontraron algunos relatos de carácter dramático, que seguramente pertenecieron a sus “discípulos” de cuentistas...

En los documentos originales se puede apreciar la escritura manuscrita de una persona –supuestamente su autor, un alumno- y remarcado, con la letra de nuestro maestro, las correcciones del mismísimo Mouri.

A continuación se podrá apreciar a dos de estos escritos, donde se podrá leer la cuña original de sus autores y las correcciones, del maestro Mouri.

Relato 1

Él era un hombre muy afortunado. Lamentablemente, su mente se la pasaba administrando depresivas palabras y recuerdos no gratos, que a su vez generaban nuevos malos momentos.

Solía recordar su niñez, (cuando ignorante de los acontecimientos) lo feliz que se sentía estar desinformado y desconectado del mundo. Recordaba con gran nitidez las imágenes, como reproducidas en una película, e interpretaba cada palabra que en ese momento, por su corta edad no comprendía.

Tenia una gran memoria. Tanta que llegaba a molestarle.

Explicaba de forma casi poética sus regresiones:”...de niños tenemos la capacidad de no ver la maldad, es como un filtro que nos protege en nuestra etapa de maduración...”. Cuando él decía este tipo de cosas daba a entender, entre líneas, que a medida que el cuerpo crece, el alma desaparece. Lo se porque él me lo dijo.

Cuando me enteré de su muerte me sorprendí, luego pensé, y me di cuenta que todos los que lo conocíamos sabíamos que esto iba a suceder. Nos castigamos pensando en que hubiese sido positivo ayudarlo, pero para cualquier persona es difícil ayudar a alguien que no grita.

Él nos informó de su enfermedad de manera sorpresiva, dijo que solo tenia tres años para vivir. Aunque su precisión y seguridad, así como su tranquilidad, nos pareció sospechosa, tomamos su palabra como verdadera. Sin efectuar pregunta alguna, dejamos que el tiempo cierre nuestras dudas.

Tres años, dijo. (el tiempo fue verdugo, obediente de su predicción) Y exactos tres años fueron los que pasaron desde aquella triste reunión. Fue como una lección para todos. Cada recuerdo de sus actos y palabras parecen una lección. Hasta el terrible acto de matar a su pareja parecería una horrible lección.

Tomo una errada decisión, no hay duda, pero ella lo lastimó demasiado. Él puso en ella su esperanza de vivir. Ella logró ponerle fin a los recuerdos que rondaban en su cabeza. Todo al principio parecía color de rosa, pero al poco tiempo todo eso iba a cambiar.

Tres años atrás descubrió que ella lo engañaba con un allegado a su persona, y temió al pensar que no la recuperaría.

“...solo mi mente y mis recuerdos me ayudan y me lastiman en este letargo en vida...” es una de las frases que recuerdo de uno de sus poemas de sufrimiento.

Se propuso reconquistarla y se impuso un limite de dolor. Cuando me enteré del suicidio me sorprendí, luego al enterarme de la verdad, comprendí todo.

Era un tipo afortunado. Hasta que la conoció. Tres años, dijo…

A veces, es difícil ayudar a alguien que no grita...




Escalones

Después de mirar su rostro ensangrentado en un vidrio roto, se dejo caer apoyando el arma en el suelo húmedo.

La desgracia ya había ocurrido. Se escuchaban gritos de pánico en el lugar, creando un clima verdaderamente insoportable para una persona que podía oír demasiado.

Fue inevitable para él recordar la tranquilidad de su ignorancia (cuando ignorante de los acontecimientos) antes que todo esto ocurriera.

Es verdad que el arrepentimiento sirve para reconocer errores, pero nadie puede negar que es un sentimiento muy cercano a un castigo.

Arrepentirse de matar a una persona es algo que a muchos nos resulta difícil imaginar. Pero el no se arrepintió. Estoy seguro. Tenia la certeza de que había disparado para proteger a otra vida.

Ese día estaba intranquilo. Eran las cuatro de la tarde, cuando de una feroz patada abrió la puerta de su casa dejando pasar a la persona que arruinó su vida. Embebido en alcohol y pasado de pastillas, lo primero que hizo fue buscar a la mujer que supuestamente lo había engañado.

Nadie puede decir o suponer ahora si fue verdaderamente por consecuencia de sus excesos, o por un simple mandato de sus sentimientos.

El caso fue que ella estaba sufriendo. (el tiempo fue verdugo, obediente de su predicción) Viva, pero bañada en lagrimas. Amada, pero desprotegida.

Yo estoy seguro que ella ya no lo amaba. Ella me amaba a mi. Pero yo no la pude proteger. Ni siquiera en ese momento en el que él nos encontró. No había indicios claros, pero si muchos nudos impacientes y difíciles de desatar.

Como quien narra un mal cuento, armó su propio cuento dramático. Rebasado de furia y otros excesos llegó hasta el lugar donde nosotros fundamentábamos su desenlace fatal. Destrozando todo lo que allí nos rodeaba y con un arma que desnudaba de su bolsillo me disparo certeramente. Su mala historia no estaba tan lejos de la realidad. Yo amaba a su mujer. Y él además de lastimarla la desprotegia. De la misma manera, yo no pude protegerla en ese momento. La herida me había dejado inmóvil. Fue este el detonante de otra locura: el me creyó muerto. La desesperación y la certeza de haber matado a su propio hermano lo cegaron por completo. Estiro su brazo armado y amenazante hacia el rostro de ella. No pudo hacerlo. Y se quebró en un llanto insoportable.

El se mató para protegerla. Tal vez fue la única vez que lo hizo. Y la única vez que yo no pude hacerlo.



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